Querer hablar de “Mística” y de “Misterio”, es como hablar de nosotros mismos.

¿Y cómo comenzar para referirnos a estas ideas que, aunque sencillas, son tan profundas y se nos escapan de las manos? ¿Qué pasa con nosotros, seres humanos de finales del siglo XX que tanto nos cuesta comprender lo que es sencillo, que tanto nos hemos llenado de complejidades y ataduras que nos duelen y nos perjudican? Ocurre que no solo termina nuestro siglo XX, sino que, de alguna manera, como muchos filósofos y pensadores comienzan a señalar cada vez más, está terminando una «forma de vida», un ciclo civilizatorio.

Así como la luz que entra por las ventanas al atardecer se hace cada vez más tenue, más apagada, y de modo tan paulatino que casi ni nos damos cuenta, de la misma forma, hay un mundo que se va muriendo poco a poco, que va cambiando poco a poco y que nos permite penetrar en otra dimensión. Cuando la luz de la tarde va decayendo, las figuras comienzan a desdibujarse y aparecen las sombras; lo que es una ventana puede llegar a parecemos algo fantástico. Una figura humana que se reflejase detrás de un cristal de pronto podría ser o un ángel bajado del cielo o un ente terrorífico… ¿quién sabe?, las sombras tienen esa propiedad. Así las sombras de este final de ciclo civilizatorio desdibujan muchas cosas para nosotros. Desdibujan ideas, sentimientos; todo se nos va de entre las manos… Queremos hablar de Mística y Misterio, y ni sabemos casi cómo centrar las ideas fundamentales para referirnos a ello. Pero vamos a intentarlo.

¿Es que acaso la Mística y el Misterio son cosas viejas, de otros mundos, de otros siglos, de otros hombres? ¿No hay en estos dos conceptos nada actual, nada moderno? Es probable que sí lo haya, y mucho, pero hay que saber encontrarlo. ¿No hay acaso gusto por el misterio en todos nosotros, en todas partes? ¿No hay acaso gusto, atractivo por lo desconocido? ¡Sí que lo hay! Basta con mencionar algo exótico y extraño, algo que no se pueda explicar aparentemente, para que nuestros oídos –los físicos y los más sutiles– se alerten inmediatamente en busca de aquello tan extraño que se nos está presentando.

Pero “lo misterioso” en este atardecer ya no se encuentra tan solo en el mundo circundante. Hemos perdido la capacidad de ver misterio en una pequeña hormiga que se dirige sistemáticamente hacia su habitación. Para encontrar lo misterioso, necesitamos tragos fuertes; necesitamos elevar los ojos al cielo, maravillarnos ante los miles de mundos que brillan. Necesitamos lo “extra-terrestre” para que sea maravilloso; lo fantástico ahora se encuentra en las galaxias. Como decimos vulgarmente, “pasamos” de nuestro mundo, aquí los misterios o son pocos o ya nos los conocemos todos. Sí, lo misterioso nos atrae, es indudable; pero con la Mística pasa otra cosa, no es una simple atracción. La Mística se nos presenta según dos caminos muy distintos y antagónicos, aparentemente. Por un lado, mística es todo aquello totalmente pasado de moda, lo que era propio no ya de abuelos y abuelas, sino –como se diría ahora con tantos sinónimos para expresarlo bien– de todos los museos de carrozas que podamos imaginar. Eso ya ha pasado completamente de moda…

Y está la otra mística, la otra terrible actitud equivocada que pretende disfrazar de mística todos los errores, todos los conflictos y todas las pasiones humanas para disculparse y para salir adelante, por lo menos ante la propia conciencia.

Así nos encontramos con una mística que es tan arcaica, y con otra mística “de salón” que es tan aberrante que preferiríamos realmente no encontrarla nunca. La una por vieja, la otra por mentira. Tenemos Misterio, pero parece que nos faltase Mística…

Y, sin embargo, estas dos ideas a las que hoy queremos referirnos nacen de una misma raíz, provienen de un mismo fondo y significan una misma cosa. Lo “misterioso” en latín, era lo místico; y en griego, era lo místico, también. Casi la misma palabra y un significado parecidísimo. Es lo que esconde un misterio, algo oculto. Eso es “Místico”. Y sin querer ya lo hemos dicho, hemos dicho “Misterio” ¿Y qué es “Misterio”, vieja palabra que encontramos también en las lenguas arcaicas que precedieron a la nuestra? Misterio es lo recóndito, lo arcano, lo que está escondido; o como nos dicen a veces: lo que no se puede comprender ni se puede explicar.

Evidentemente, estamos ante una misma cosa. Si lo místico esconde un misterio, el misterio esconde lo místico, y las dos cosas están escondidas para nosotros; pero sé que estamos entre buscadores y queremos encontrar… Esta raíz común es la que nos va a servir nuevamente para reenfocar con un criterio sano, joven, y actual, propio de “final de siglo XX”, otra vez esta moneda de dos caras que puede presentarse efectiva, práctica y renovada en nuestros días.

Se nos dice que misterio es lo que no se puede explicar ni comprender; esto nos parece una barrera terrible y echamos la culpa al misterio… ¡Claro!, tú, misterio que estás allí, eres incomprensible y eres inexplicable. Pero no es culpa del misterio, es culpa del hombre. Es el hombre el que no puede comprender, y es el hombre el que no puede explicar… La Mística, el Misterio, están presentes, pero nuestras herramientas son muy pobres.

Nuestra mente cotidiana, acostumbrada a lo vulgar, poco trabajada, como un músculo débil, ¿cómo puede intentar penetrar de pronto en el Misterio, cuando no está acostumbrada a hacerlo? Y, sin embargo, queremos hacerlo, hay ansiedad por penetrar en los Misterios. Hay una necesidad tremenda que nos carcome en este sentido. Y en esa ansiedad interior es donde nace el misterioso sentimiento místico. Allí nace ese sentimiento especial que quiere descubrir el secreto del Hombre y del Universo, que quiere descubrir “misterios”; no queremos vallas, ni nos apetece que se nos ponga una cortina delante de los ojos, queremos lanzarnos a todo.

Nos preguntamos –es cierto– sobre nosotros mismos, ¡claro que sí! Pero queremos saber también sobre todo nuestro mundo y queremos el porqué de las cosas que suceden. Y siempre hay algo más allá, ese infinito que siempre hemos llamado “Dios” a falta de otro nombre con que designar esa superioridad. Eso también queremos saber. Y así entramos en el terreno de la Mística.

Hay múltiples definiciones sobre esto, pero si nos pusiésemos ahora a definir lo que es la Mística según unos y otros, según la religión o según la filosofía, según unos siglos u otros, o según las corrientes que siguieron determinados pensadores, no acabaríamos nunca y lo más probable es que terminásemos con una confusión tremenda preguntándonos quién tiene razón…

Lo cierto es que, aunque muy abundantes, en todas las definiciones encontramos ciertos factores comunes, muy llamativos y a ellos sí me voy a referir. Olvidándonos de las definiciones, nos vamos a remitir a las coincidencias que nos permiten encontrar un punto de unión, de hermandad, un punto que nos permite saltar por encima del tiempo, de los pueblos y de las diferencias que a veces hemos creado casi sin darnos cuenta.

En general, cuando se habla de mística, se alude a un conocimiento de la vida espiritual a través de una vivencia espiritual; y quiero recalcar mucho esto que estoy diciendo: hay un conocimiento de lo espiritual, es decir, que intentaremos con todas las fuerzas de nuestro intelecto penetrar en ese espíritu que está incluso más allá de nuestro propio intelecto, pero que queremos conocer… Si no tenemos más que esta herramienta, lo poco que esta herramienta nos dé, queremos, sin embargo, que sea nuestro. No nos basta con conocer; no nos alcanza con que se nos diga que el espíritu es aquella fuerza sutil que penetra nuestro cuerpo, nuestras acciones, sentimientos, ideas, y que sin embargo está más allá en cuanto a arriba, más allá en cuanto a atrás, y más allá en cuanto a lo profundo que nos penetra y nos sobrepasa. Sí, esto nos vale, pero para entender lo espiritual también hace falta vivirlo.

El conocimiento de lo espiritual no se completa hasta que aparece la vida espiritual, y todos los místicos se han puesto de acuerdo en esto: vivir, actuar de manera acorde a todo esto. Y no es tan difícil si se acepta que, como hombres, somos un extraño y complejo combinado de cuerpo y espíritu, que el cuerpo es falible y el espíritu es eterno, y que vivir significa ponerse de acuerdo con lo perdurable, con lo eterno; y conceder importancia a ese espíritu que tantas veces olvidamos.

Vivir significa darle lugar al Espíritu en nuestros días, en nuestros meses, en nuestros años. Significa darle sitio en nuestras palabras, significa dejarle que nos acompañe en nuestros pasos.

Pero ¿es que esto es todo lo que puede suponer la Mística? No, se nos habla también de una vida contemplativa, de una contemplación interior. Es como si el hombre pudiese desarrollar una vista que ya no es física, ojos especialísimos que le permiten volverse hacia adentro –y, naturalmente, es una metáfora– y con esos otros ojos el hombre podría verse a sí mismo de una manera distinta. Se ve sin dimensión, se ve más allá de su cuerpo, se ve como esa pura energía que está viviendo realmente, aunque utilice un cuerpo para manifestarse.

Pero esto de la vida contemplativa ha tenido también sus inconvenientes. Se ha llegado a pensar, por ejemplo, que para contemplar, para llegar a la visión interior, al éxtasis, hay que abandonarlo todo, encerrarse, dejar todo contacto humano, desaparecer del mundo. En fin, quedar a solas, tristísimo, suficiente, con una cara dolorosa que refleje que lo estamos pasando muy mal porque queremos llegar a ser unos místicos.

Y estos son los típicos errores que probablemente nos alejan de una real contemplación. ¿Qué significa contemplación hacia adentro? Lo mismo que vivir espiritualmente. Si tenemos cuerpo y espíritu hay que tratar de ver las dos cosas. Después de todo es una actitud más ecléctica y equilibrada que la que se aplica actualmente. Hoy día solo se mira el cuerpo, y la vida contemplativa pide que se miren ambas cosas: un cuerpo que es un vehículo que hemos adquirido para expresarnos, y un espíritu que es la energía superior que mueve todas las posibilidades humanas.

Hablábamos de los errores y de las falsas interpretaciones y es lógico, si todas estas ideas se llevan al extremo no falta quien nos diga que esto es horrible. Quien se decida a llevar una vida ligeramente mística terminará por romper por completo su personalidad, la destruirá, ¿qué le quedará como ser humano? La conciencia quedará autovedada, ya no sabrá cómo pensar; tendrá que abandonar sus pensamientos, sus ideas, sus sentimientos puestos en la humanidad, en los otros seres, ¿cómo se puede soportar esto? Pero esto también es falso, la vida mística no destruye la personalidad, no destruye a este hombre también con su materia, al contrario, lo armoniza.

Si en nuestra famosa balanza “materia-espíritu” tenemos dos platillos y a los dos los ponemos en equilibrio, es lógico que nos enteremos muchísimo mejor que si constantemente colgamos sobre uno de los platillos y producimos unas discrepancias tremendas que nos obligan a saltar de un sitio al otro. La vida contemplativa busca el equilibrio en la personalidad.

¿Abandono de la conciencia? En absoluto, la conciencia en blanco no es la estupidez continua, al contrario, es una conciencia continua, una comprensión continua, una sabiduría creciente y perpetua que llegue a ser capaz de abarcar todo lo que hay alrededor nuestro. Es más, de una personalidad equilibrada, de una conciencia despierta, continua, es muy probable que surjan nuevos canales de comprensión en los seres humanos. Nosotros, cuando queremos expresar aquello que somos capaces de hacer, hablamos de lo que nuestro cuerpo puede realizar desde el punto de vista práctico y concreto. Sabemos que somos capaces de sentir, hablamos de nuestros sentimientos; sabemos que somos capaces de pensar, hablamos de nuestros pensamientos. Pero pocas veces nos sentimos capaces de intuir, y tan poco capaces nos sentimos de ello, que la intuición se ha convertido en algo así como una corazonada que es buena a la hora de jugar a la lotería, o de saber si a un amigo nuestro le va a pasar algo o no el día de la conjunción de los astros en el 88, que por cierto está muy cerca. No, eso no es intuición.

Se trata de abrir otros canales, esa fantástica intuición de la cual hablan todos los místicos, que, sin dejar de ser una forma de comprensión casi mental, tiene sin embargo una rapidez, una captación tan directa e instantánea que hace que el hombre llegue a la idea que pretende atrapar casi sin razonar. No es el abandono del razonamiento, es la aceleración del razonamiento. No es el desechar la lógica, es llevar la lógica a su máxima expresión. Eso es la intuición: lo pienso y es mío. Es casi evitar todos estos razonamientos que muchas veces nos hacen perdernos antes de llevarnos al puerto deseado.

Esta intuición es la que en la vida mística ayuda a abrir las puertas de los Misterios. Pensar un misterio es lo mismo que destruirlo. Cuando nos encontramos, por ejemplo, ante una obra de arte, nuestra sensibilidad reacciona de inmediato y sentimos, intuimos por un instante lo que el autor ha querido transmitir. No lo hemos pensado, somos incapaces de razonarlo, ha sido como un golpe y lo hemos entendido perfectamente. Pero lo hemos entendido tan rápido, ha sido tan instantánea su comunicación, que, si quisiésemos explicarlo a otra persona, careceríamos de palabras. Como nosotros no lo hemos pensado con palabras, tampoco lo podemos explicar con palabras. La intuición atrapa, deja que las cosas penetren en uno.

Esta es la “llavecita mágica” de la Mística: pensar mejor que nunca, sentir mejor que nunca, abrir estas nuevas puertas de estos nuevos canales intuitivos. Por esto me siento casi convencida de poder denominar a la Mística como la culminación del sentimiento, del pensamiento, de la acción y de la voluntad. Y no exageramos mucho.

¿Culminación del sentimiento? La Mística tiene como denominador común ese Amor con mayúsculas que todos soñamos, aunque no nos atrevamos a expresarlo con palabras. Hoy, para demostrar que no nos preocupamos de estas tonterías, hemos bajado el amor no ya a la altura del suelo, sino del subsuelo, y lo pisamos encantados y decimos: ¿Ves qué fuerte soy? Fíjate cómo desprecio los sentimientos. ¿Qué es el amor? ¿Es esto que estropeo? Yo no siento nada, yo no sufro, yo estoy más allá de estas cosas, pero en el fondo lo añoramos porque el Amor con mayúsculas sigue siendo un Ideal para todos los seres humanos. Ese es el Ideal de la Mística: el amor a lo sagrado, el amor a lo perfecto. El amor que los antiguos Filósofos llamaban “Amor-Sabiduría” porque en la Sabiduría estaba incluido todo lo sagrado, todo lo perfecto y es ese anhelo interno de todo hombre, de pasar por encima de sus dificultades, por encima de sus propios defectos y ser mejor. Ser simplemente mejor.

Es la culminación del sentimiento porque ese amor da energía al ser humano. ¿Qué es lo que no mueve el amor? El amor “mueve montañas”, ¡claro que las mueve! Es una energía tremenda que nos permite ponernos a tono con la vida. Y luego, ¿no hay acaso en la Mística –en el que siente verdaderamente– un júbilo interior, una alegría tan inmensa, tan terrible que, si no se vuelca hacia afuera, el místico siente que es capaz de estallar de tanto que lo domina. ¿No hay acaso esa satisfacción que no encuentra palabras para expresarse? ¿No hay acaso esa alegría tan especial que florece en una sonrisa perpetua, en una tranquilidad perpetua, en una capacidad perpetua de ayudar a los demás? Por eso decíamos que la Mística es la culminación del sentimiento, es el más noble de los sentimientos puesto que se trata de Amor.

Que es la culminación del pensamiento, ¡qué duda cabe!

Es cierto que como sentimiento no lo podemos racionalizar, pero también es cierto que la Mística nos lleva a las ideas superiores y nos permite pasar de la simple idea y llegar al Ideal, a la gran Idea. Pero ya no es un Ideal de la definición. No es el Ideal que ponemos en forma de libro debajo del brazo, pensando que a través de una misteriosa osmosis terminará por llegar a nuestras células cerebrales.

Cuando hablamos de un Ideal Místico nos referimos a una Idea de la cual nos enamoramos automáticamente porque se convierte en nuestro Norte y nuestro guía y queremos alcanzarla. Luego hay amor por el Ideal; y en cuanto hay amor por el Ideal estamos ante lo que siempre hemos llamado Amor por la Sabiduría, amor por lo superior, amor a aquello que nos falta, y por lo tanto hemos abierto, aunque de manera mística, un camino hacia el conocimiento superior.

Decíamos también que la Mística es la culminación de la Acción, ¿por qué no? Las más nobles acciones, aquellas que en la más remota antigüedad encontrábamos bajo el nombre de “recta acción”, la acción desinteresada que no busca recompensa, la que solo se fundamenta en el deber, ésa es una acción mística por su desinterés, por su nobleza, porque no piensa en la recompensa, porque el deber está por encima de la satisfacción. Y ese acto es el típico de todo aquel que llevado de su arrebato místico pretende dominar los Misterios.

¿Acaso no caben en la Mística los actos de Concordia auténticos? ¿No son propios de la Mística aquellas acciones que yendo más lejos que las palabras, realmente tratan de unir a los hombres entre sí? ¿No es propio de la Mística la caridad? El acto que acerca a un hombre hacia otro cuando sabe que sufre y que lo necesita, y no siempre para tender una moneda.  ¡Cuántas veces hacen falta palabras, gestos, un poco de cariño! ¿No son estos actos producto de la Mística? Por lo tanto, si hablamos de actos, actos sublimes, actos místicos, deberíamos desechar aquel otro error tan característico del místico que, exagerando su postura, se vuelve asceta, pero no en el buen sentido de la palabra. Comienza a despreciar el mundo que le rodea, a los otros seres, se cree que es el único perfecto, todo lo demás es basura contaminante y ya ni siquiera hay que dar una mano porque tampoco eso cabe…

Recuerdo que, cuando tenía pocos años, y leía ya de estas cosas, me impresionaban muchísimo las historias de aquellos místicos de Egipto que comienzan a volverse cristianos. Aquellos coptos que despreciaban tanto su mundo que se subían a sus columnas y se pasaban el resto de su vida viviendo allí. La gente les tiraba comida o se la hacían subir en una cestita, y ellos iniciaban a su pueblo lanzando lo que de otra manera no podía quedar en lo alto de la columna. Y siempre me preguntaba hasta qué punto era válida y auténtica esa necesidad tan aberrante de separarse y de rechazar a los otros hombres y rechazar al mundo, en el cual, por alguna razón misteriosa y mística, nos encontramos.

Estamos aquí y aquí debemos seguir porque si aquí está el secreto, aquí también está la respuesta. No se puede llegar a una finalidad despreciando los medios, no se puede llegar a una liberación despreciando al mundo del cual queremos liberarnos. ¿Que queremos romper ataduras inútiles? Muy bien, pero primero, para poder romperlas, no hace falta despreciarlas. Es muy fácil despreciar lo que no se tiene. Es muy fácil insultar lo que jamás ha estado en nuestras manos.

Primero es necesario conocer, saber, Vivir y después dejar de lado. Siempre nos suele indicar el Prof. Livraga, un poco en broma, que es muy fácil decir: “Renuncio a un millón de pesetas”, claro, como no lo tengo me da igual, pero acabo de renunciar y queda elegantísimo. Habría que ver si decimos lo mismo cuando lo tenemos en nuestro bolsillo. Es decir, hacernos con los medios y veamos si somos realmente capaces de despreciar por superación el mundo en el cual nos encontramos.

Y decíamos que la Mística es también la culminación de la Voluntad. Hemos notado, ¿verdad que sí?, que en los místicos no hay dudas. A veces nos hemos dicho que el místico tiene una idea fija y sigue con ella y que va tan feliz. Pero ¿no hay en todos nosotros una sana envidia por ese ser humano que camina rectamente, que sabe perfectamente a dónde va, que no pierde el tiempo en dudas, y además tiene su camino felicísimo, que no tiene ningún titubeo, que sus determinaciones son tajantes? Es esa voluntad firme, serena, segurísima porque sabe que ha encontrado algo y hacia ello se dirige. Es esa voluntad que ha vuelto a tomar mayúsculas entre nosotros y que se ha expresado precisamente a través del camino de la mística.

¿Y por qué no recordar que no hay prácticamente ninguna actividad humana a través de la cual la mística no pueda expresarse? Es cierto que, llevados muchas veces por lo que hemos estudiado, somos capaces de pensar que la mística solo se expresa a través de lo religioso; que hace falta ser creyente de alguna religión determinada y practicarla a rajatabla para poder hablar de mística. Pero si bien la religión es un camino y es indispensable puesto que la Mística pretende unir al hombre con Dios, no podemos decir que por los otros caminos no aparezca la mística. Los más grandes y exaltados de los místicos, han escrito y han pintado expresando a través del Arte ese mismo sentimiento de una manera tan sublime que, gracias al Arte, muchas veces nosotros captamos lo que no hubiésemos captado a través de la Religión. Muchas veces, gracias a un poema, a un libro, a una descripción hemos penetrado de pronto en algo que de otra forma se nos hubiese escapado.

¿Y no hay mística en el científico que se encierra horas y horas en su laboratorio, que se olvida del día y de la noche, y no se acuerda cuándo fue la última vez que comió porque está buscando una solución para una enfermedad mortal y lo único que le importa es llegar a eso? ¿No hay mística en esa actitud? ¿No estamos ante un hombre que lo deja todo de lado porque le preocupa antes que nada el sufrimiento humano? Este científico que de pronto descubre una verdad de la naturaleza que podría expresarse en pocas palabras o en cuatro o cinco símbolos, ¿no es un místico? ¿No es un místico que de pronto se deja hundir en su idea y la busca, hasta que la encuentra?

¿No es un místico el hombre de estado, el político, el educador, el maestro, el sacerdote, que pone por encima de sus intereses el beneficio de los demás? ¿No es un místico aquel que deja su vida realmente y no de palabra, pensando en lo que los otros necesitan y no en lo que le da satisfacción personal?

Creo que no hay ni una sola actividad humana a través de la cual los tentáculos de la mística no se manifiesten de una u otra forma. De lo cual deducimos para alegría nuestra que no hay ni una sola actividad humana en la cual no dejen de abrirse pequeñas ventanas para que nosotros podamos descubrir ese Misterio del Universo que tanto nos apasiona.

Ya vemos que, si bien la Mística y el Misterio nos vienen desde atrás, no nos son desconocidos ni están completamente fuera de nuestro campo de acción, hoy, en este instante. Son viejos, eso sí, y los recuerdos de la antigüedad sirven para inspirarnos en más de una oportunidad.

Cuántas veces habremos leído sobre aquellos misterios, aquellas ceremonias que se celebraban –a veces a puerta cerrada, a veces delante de todo el pueblo– a través de las cuales era posible iniciarse paulatinamente en los grandes secretos del Universo; y que a estas ceremonias, precisamente, se las llamaba “Misterios”.

Durante todo el Medioevo, a la representación de la vida de Dios y de su aparición entre los hombres se le siguió llamando “Misterios”. ¿Por qué? Porque en ese acto, en esa ceremonia hay algo que permite al hombre comprender aquellos Viejos Misterios, los que sirvieron de base y fundamento al término que todavía seguimos utilizando, y que abarcaban todos los campos.

Podían comprenderse desde el punto de vista artístico, psicológico, político, científico –en cuanto se refería a leyes del Universo–; podían servir ni más ni menos que para ayudar a despertar a un ser que, a lo mejor, hasta ese momento jamás se le había ocurrido pensar sobre lo que estaba observando.

Era así un compendio de ciencias sagradas y esta mística necesitaba de auténticos sacerdotes-Magos para poder llevarse a buen término.

Para abrir estos Misterios, para abrir estas Puertas de las Iniciaciones había, no un sacerdote que era tan solo el amigo nuestro que nos tendía la mano, sino que había un Mago prodigioso que nos iba a permitir la entrada a otro mundo, a otra dimensión completamente distinta.

Los Misterios servían para transformar al ser humano individual y socialmente; afectaban a su parte moral, a su educación, a su forma de vida, a su manera de conducirse con los otros seres humanos.

Por ellos se llegaba a una catarsis a una purificación. El objeto de los Misterios era devolver las almas a su origen, es decir a ascender.

Pero por lo visto no termina así esta cuestión. ¿Que el cuerpo retorna a la tierra? Sí, pero el alma debe tener otro origen puesto que no es de tierra, trabaja en la Tierra, pero no es de Tierra. Puede navegar por encima del mar, pero no es de Agua, puede percibir el Fuego, pero no es de Fuego. ¿Dónde está su origen? Allí es donde se la pretende retornar, a su mismísima raíz, insustancial, etérea, o como lo queramos llamar… Allí es donde vuelve porque de allí provino, si bien durante un momento se produjo una combinación entre materia y espíritu, cuando se rompen los lazos cada cual vuelve a lo suyo. Y nos explicaban los viejos filósofos que hay una fuerza de gravedad que lleva los cuerpos hacia abajo, y hay otra fuerza de gravedad que se lleva las almas hacia arriba.

Ese era el sistema antiguo, ¿nos servirá hoy también? ¿Por qué no? Pienso que otra vez podemos retomar aquellas viejas armas que se volverían nuevas en nuestras manos, las nuestras, las que las pondrían a trabajar.

Esa sería la finalidad de la Mística: devolver nuestra alma a su origen. Y que conste que para eso no hace falta morir.  Esa es tal vez una idea generalizada pero un poco infantil. Ni somos más buenos cuando nos morimos, ni hace falta morirse para que el alma encuentre su raíz.

El volver al origen significa simplemente DESPERTAR, significa abrir esos ojos interiores, significa tener una conciencia que está siempre atenta a todo lo que sucede, a todo lo que nos sucede.

Es vivir, pero vivir intensamente y creo que también hoy nosotros necesitamos poner cada cosa en su sitio y equilibrar este conjunto desesperado que estamos llamando Ser Humano. Tal vez, como aquellos hombres, viejos compañeros nuestros en el Tiempo, necesitamos sembrar amor para sentir el pulso de la vida latir dentro nuestro. También nosotros necesitamos tener paciencia y descubrir poco a poco los pequeños misterios, los pequeños secretos, hasta que el más grande de los secretos se vuelva natural ante nuestro espíritu que se habrá vuelto naturalmente comprensivo. Está también en nosotros el recorrer este camino que no es un camino difícil ni exótico. Es un camino sencillísimo, natural, ágil, y hasta diría que es feliz. Es un camino que lleva al hombre hacia lo divino. Es el camino que le permite al hombre mirar hacia lo divino. Es el camino que le permite al hombre mirar hacia afuera cada vez con mayor precisión. Es el “CONÓCETE A TI MISMO” para conocer el Universo y sus Leyes, como continuaba aquel viejo Lema, que rige también hoy nuestra Sala de conferencias.

Es un camino para hombres y mujeres que tengan una necesidad de hacer algo aquí donde nos encontramos. Para hombres y mujeres que tengan esa añoranza saludable por los Misterios que fueron del pasado, pero que sepan que los Misterios del Futuro no les están vedados y que también hacia ellos se puede caminar.

Es un camino sencillo. Nosotros los Acropolitanos nos hemos acostumbrado a transitar este camino de una manera muy natural. No nos hemos puesto ninguna ropa especial, se ve a simple vista; ni nos echamos cenizas sobre los cabellos, ni lloramos amargamente arrodillados sobre el suelo, aunque sabemos que somos muy imperfectos.

Pero hay una enseñanza de nuestro Maestro, el Profesor Livraga, que se ha hecho carne en nosotros. Cuando como discípulos inexpertos nos atrevimos a preguntarle: Maestro, ¿qué es Mística?, ¿cómo hacer para volvernos un poco mejores?, ¿cómo hacer para despertar sentimientos más nobles y más puros? ¿Cómo hacer para llegar a aquello que nos parece inaccesible cuando tan solo lo encontramos en la historia de otros seres que se nos antojan tremendamente superiores?

Y nuestro Maestro nos contestó: “Todo acto realizado con buena voluntad y eficacia, es un acto místico”. Esta es para nosotros, los Acropolitanos, una joya de oro que llevamos en nuestra mente y en nuestro corazón. Y esta es la pequeña llave que yo desearía entregar para finalizar esta charla sobre “Mística y Misterio”, ahora que la noche ha caído y ahora que las sombras ya no nos van a confundir nunca más.